Por Dina Ananco
El día 12 del presente mes, a unos pasos del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (o DIEVCM), aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 50/134 el 17 de diciembre de 1999[1], que se celebra cada 25 de noviembre, más de 50 mujeres indígenas, originarias y amazónicas de Ecuador, Perú y Bolivia
se reunieron para debatir sobre los resultados presentados de los
estudios de casos de impunidad y acceso a la justicia en la ciudad de
Quito.
En
este proceso, habría que comenzar preguntándonos qué hacemos cada uno
de las y los ciudadanos para combatir la violencia contra las mujeres en
especial de las indígenas amazónicas. Lo cierto es que el trabajo
menos considerado, menos valorado desde la cocina a la oficina de la
mujer indígena y no indígena sigue siendo un tema emergente. Sin
embargo, las mujeres han hecho muchos cambios en su destino de ser
mujeres y de llevar a la mesa de debate su sentir, sus propuestas, sus
necesidades y, no buscando interlocutores como afirman los awajún y
wampis sindicando que su opinión es el fruto del debate con sus esposas
cuando en realidad este tema, conociendo a profundidad, viviéndola como
mujer en la comunidad como ellas viven, tiene otro rostro.
Cuando
hice un viaje luego de casi 9 años a mi selva, Amazonas, uno de mis
tíos me decía: “estoy mal, no me siento bien, porque tengo problemas con
mi hijo menor. No sé por qué, yo nunca he pegado a su madre sin una
buena razón y menos lo he golpeado a patadas como hacen otros, solo le
he dado par de cachetadas y empujones, y ahora que mi hijo está grande
ni le puedo decir nada a mi mujer, me quiere pegar, me falta el
respeto…”, testimonios como este se evidenciaron en el estudio realizado
en Perú con las mujeres asháninkas de la región Satipo Junín por el
Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP); PROINEXA
de Bolivia con las mujeres que habitan en territorio del Municipio de
Ixiamas y en Ecuador con las mujeres de Saraguro por el Instituto de
Estudios Ecuatorianos (IEE).
Foto: Judith Hernandez
- La dependencia económica es uno de los factores que permite el silencio de la mujer ante la agresión.
- El acceso al mercado de la mujer es casi nula, sin embargo ellas son los principales productoras y sostienen el mercado local.
- Existe discriminación étnica por parte de los varones que salen a la ciudad hacia las mujeres indígenas de la comunidad.
- La violencia contra la mujer es fomentada por los familiares, se da en el ambiente familiar.
- Se evidencia violencia psicológica y patrimonial, trata y tráfico, feminicidio y acoso.
- El estudio ha mostrado que se presentan denuncias de solo 50 % de los casos de las cuales los resultados son inciertas.
- Las mujeres trabajan más y son menos remuneradas.
- Las rutas críticas seguidas por las mujeres afectadas por la violencia tanto en la justicia ordinaria como la indígena no siempre concluyen ni significan posibilidades de justicia para las mujeres.
Luego
de lo señalado se puede considerar que la violencia contra la mujer se
puede tornar más intensa cuando se trata de justificar con aspectos
culturales. Además, las mismas mujeres han interiorizado por la forma de
educación que se les inculca: siguiendo la práctica de transmitir los
conocimientos de generación en generación de que la violencia es parte
de la vida y de su cotidianidad. En ese sentido, la violencia también
se transmite de generación en generación.
Foto: Dina Ananco
Si
nos preguntamos qué diferencia hay entre la mujer indígena y no
indígena, lo rural y lo urbano es fácil de visibilizar los puntos
críticos. Las mujeres en general presentan las mismas necesidades y
sentimientos, con la misma capacidad de generar y transmitir ternura y
sensibilidad pero unas más marginadas que otras por su condición
cultural étnica o por rasgos geográficos que marcan una particularidad
que nos hace diferentes. Por ello, es importante resaltar la frase de
Nidia Pezantes, representante de ONU Mujer en Ecuador de que este
estudio lo que busca no es señalar lo mal que estamos sino para ver
formas de resolver los problemas en el acceso a la justicia.
Así,
Nidia Pezantes nos comparte que “la impunidad en la violencia de
género se da de igual manera tanto en las mujeres indígenas y no
indígenas de tal manera que sacarnos de la cabeza de que la violencia es
parte de la impunidad es el reto de nuestra vida”.
Rutas: Justicia ordinaria y justicia comunitaria o indígena
Muchas
de las participantes manifestaron su satisfacción de poder contar con
las dos rutas porque enriquece las herramientas para acceder a la
justicia. Sin embargo, observaron que en el acceso a la justicia
ordinaria y comunitaria o indígena existen muchos obstáculos como el
geográfico y falta de conocimiento de las autoridades sobre el tema,
ausencia de médicos forenses, abogados indígenas especializados en el
tema y la brecha lingüística, entre otros.
“Las
compañeras indígenas han ido construyendo alianzas y desde la sabiduría
ancestral se está incursionando en la ruta crítica para entender que la
violencia no se puede vivir porque cómo si existe armonía con la
naturaleza la mujer puede vivir tan violentada”, manifestó Margarita del
IEE.
Luzmila Chirisente/Foto: Judith Hernandez
Por
su parte, Norma Vasquez del CAAAP señaló que de los 21 casos de estudio
sobre las mujeres asháninkas en convenio con la Federación Regional de
Mujeres Asháninkas, Nomatsiguengas y Kakintes (Fremank) presidida por
Lusmila Chirisente solo 15 de las mujeres han empezado su ruta crítica
por medio de las amistades. De las cuales sólo uno logró tener una
sentencia a favor pero se requiere vigilancia para que se cumpla. Las
otras 6 que no iniciaron ninguna ruta señalaron que fue por vergüenza,
miedo, amenaza pero no porque toleren y quieran vivir con la violencia.
Asimismo,
Elena de PROINEXA, señaló que en Bolivia están viviendo una
transformación en cuanto respecta la reivindicación de la mujer indígena
por lo que ahora están proponiendo que en la Ley integral para la
defensa de la mujer se incluya una visión intercultural y se reconozca
el feminicidio como una figura delictiva.
“En
el Municipio de Ixiamas hemos intervenido a 21 comunidades y 18 en San
Buen Aventura. De todas estas visitas hemos logrado hacer 81 entrevistas
y evidenciamos 36 estudios de casos de mujeres que han sufrido
violencia preocupándonos de que estas voces garanticen el problema de
las mujeres de diferentes pueblos”, explicó.
En
ese sentido la diputada oficialista Marianela Pasco señaló que “las
autoridades tienen una visión patriarcal por lo que nos dicen que
debemos aguantar la violencia. La palabra género en Bolivia ha
significado una revancha hacia los hombres y actualmente se está
trabajando el término “trabajo en familia para atenuar el impacto.
También, la formación de la mujer ha generado más índice de violencia
por lo que los esposos no estaban acostumbrados a escuchar a las
mujeres, pero esto forma parte del proceso”, señaló.
Finalmente,
se planteó la importancia del trabajo loable de las lideresas, mujeres
indígenas, mujeres originarias o no indígenas, de las mujeres
organizadas en este proceso de combatir la violencia contra la mujer y
de ver las formas de que esos abusos no queden impunes. Esto debe ir
enfocado a impulsar el acceso a la educación y formación de las futuras
generaciones, es decir, trabajar más con las niñas y niños para tener un
panorama distinto en cuanto respecta el acceso a la justicia y la
erradicación de la violencia contra la mujer.
Foto: Dina Ananco
Nota:
(1) Naciones Unidas: http://www.un.org/es/globalissues/women/historia.shtml
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(1) Naciones Unidas: http://www.un.org/es/globalissues/women/historia.shtml
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Fuente: Publicado en la web del CAAAP
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